Fernanda llegó con su pareja, con 7 centímetros de dilatación y, obviamente, algo de dolor. Pero Fernanda tenía un plan claro: vivir su parto sintiendo a su guagua, moviéndose y de la mano de su pareja.
Luego de un brevísimo monitoreo, verificamos que todo estuviera bien para comenzar el baile, un romántico baile de a dos. Cada contracción venía acompañada de un movimiento que ayudaba a acomodar a su bebé, lentamente.
Hubo momentos de desesperación, siempre los hay. Pero Fernanda se acordó del agua caliente y se sumergió en la tina donde al fin se relajó, tomando fuerzas para seguir adelante.
Con la bolsa amniótica íntegra, el dolor fue moderado. Ya venía, en cualquier minuto se desencadenaría la llegada de su hijo.
Cuando el dolor se hizo más intenso, Fernanda pidió salir del agua para apoyarse en sus cuatro puntos (4 patitas) para luego, de pie, seguir bailando. Cuando realizábamos un alivio del dolor de forma manual -en las caderas, con presión de los huesos coxales- su bolsa finalmente se rompió, espontáneamente. Ya todos sabíamos que el parto era inminente.
Adoptó la posición de tabla de yoga (apoyada en su pareja, aunque nunca había visto un parto ni había hecho yoga) y, encontrando ayuda en sus piernas, comenzó a pujar sola, cuando su cuerpo lo fue pidiendo, sin intervenir, sin forzar; esperando.
Al cabo de unos minutos comenzó a asomarse, al fin, mientras las matronas acompañábamos atentos por si necesitaban ayuda. No fue necesaria, un pujo más y llegó a este mundo su anhelado hijo.
Lo tomó con sus manos y se lo puso en el pecho, donde no se separaron más.
Sin sueros, sin indicaciones, sin prohibiciones, sin episiotomía. Una hora de apego, los tres solos, en calma, conociéndose y amándose desde el primer momento.
Así culmina mi semana en el Hospital de Villarrica. Reencantada, enamorada y con dos lindas historias que me regalaron. Como siempre, sin pedir nada a cambio.
Matronería pura
Matrona Carolina González