Carito quería intentar un nacimiento natural, libre de intervenciones y químicos. Me encantó poder vivir junto a ella un momento tan potente.
Me llamó porque estaba con contracciones frecuentes, sentía que se venía el momento. “Esperemos a que suba la intensidad”, le propuse. Aceptó. Un rato después me llamó diciendo: “Caro, nos vamos a la clínica”.
Llegó con 7 centímetros de dilatación, lo que responde a un muy buen trabajo en casa previo al parto. ¡Matea! Ya estábamos listos para Mateo. Empezaríamos ya.
Cuando llegué estaba muy concentrada, con música sonando que la mantenía en una especie de trance. Haciendo un intenso trabajo. Vocalizando. Álvaro, a un lado de la Caro, la tocaba suave y gentilmente. Sin molestarla, sin interrumpirla. Quería examinarla pero tampoco quería intervenir. La dejé tranquila, avanzando, trabajando.
Un par de veces pidió anestesia, pero no se notaba convencida, su cara lo expresaba. Solo pedía apoyo y empuje para lograr su objetivo; Mateo.
“Dale Caro, tú puedes”, le grité. Ella siguió adelante con más fuerza y determinación.
Súbitamente se rompió la bolsa, signo evidente de que ya es hora. Además, era su segundo bebé. Preparamos al equipo y escuchamos a Mateo, él ya estaba listo.
Se instalaron los pujos, intensos, pausados. Se sentía que venía. Decidí no tocar, no apurar. Solo esperar. ¿Puedo quedarme solo mirando? Me pregunté…
Álvaro la afirmaba con sus manos. Ella, de pie, se enraizaba con la Madre Tierra. Pujo tras pujo venía Mateo en camino. Ya asomaba su pelito. Venía placentero, ¡firme!
Cuando su salida era inminente, la Caro baja sus manos para sentir su cabeza. ¿Su expresión? ¡Mágica! Otro pujo más y salió, por fin.
Me quedé atrás, maravillándome. El silencio reinaba en esa habitación. Nadie habló. Solo estábamos los cuatro: Caro, Álvaro, Mateo y yo.
“Caro, tómalo. Es tuyo”, le dije.
Felicitaciones a la hermosa guerrera Carolina y a su hermosa familia.
Su matrona, Carolina González