Nacimiento sanador para el corazón

Nuestro pequeño Santiago tiene hoy un año y ocho meses. Tuvimos una cesárea en septiembre de 2017, debido a que nuestro retoño venía en posición podálica.


Al ser nuestro primer embarazo, y escuchar de parte de nuestro médico tratante los miles de peligros de la posición podálica, no dudamos en programar rápidamente la cesárea; no queríamos correr riesgo alguno.
El resultado fue brutal: una cesárea completamente impersonal, con más de 30 personas en el pabellón observando sin siquiera preguntarnos; violencia obstétrica, comentarios negativos respecto de mi cuerpo, un MUY terrible comienzo de la lactancia y una depresión post parto que se extendió por meses.
En ese momento, estaba convencida de que así era el nacimiento de un hijo, después de todo; ninguna mujer de mi familia había experimentado un parto vaginal, tampoco la lactancia. Nacer para mí era cesárea y dar formula, por lo que repetir la historia no me hacía mayor ruido (a excepción de la lactancia, que la peleamos hasta que la logramos, y la amamos!)


En agosto de 2018, totalmente por sorpresa, nuestra Lea nos dejó saber que venía en camino. Estábamos decididos a no repetir la misma historia, tendríamos un nacimiento respetado, amoroso y consciente; aunque terminara en cesárea nuevamente.
Así es como regresamos donde nuestra matrona Caro -a quien conocimos en nuestro primer embarazo- y le planteamos la idea de un parto. Su entusiasmo y apoyo desde el día uno, el primer control, nos hizo creer que era posible. Que si bien teníamos el riesgo de la cesárea previa hace solo 18 meses, quizás el camino nos daría una sorpresa.
Fuimos donde nuestro doc, Andrés Freire y le planteamos lo mismo. Cauteloso, nos invitó a que caminaramos juntos este embarazo, y que viéramos dónde nos llevaba. El solo hecho de que se abriera a la posibilidad de un parto con cesárea previa reciente, nos alegró el corazón. Decidimos simplemente confiar y seguir adelante.
Semana 40 de embarazo, ni luces de contracciones ni ánimos de que Lea desalojara el nido. Nuestro doctor nos plantea la posibilidad de inducción, acordamos una fecha límite. 


40+4 y 4.20 am, madrugada del 2 de mayo. Las expansiones comienzan a hacerse sentir. Pasamos el día bailando las olas en nuestra casa, conversamos, comemos, nos reímos… aullamos, seguimos las instrucciones de nuestra querida matrona. Nos vamos a la clínica.
La dilatación está tal como esperábamos, será que vamos a tener un parto?… mi certeza de cesárea clavada en mi historia familia femenina comienza a desvanecerse. No me quiero ilusionar, no aún.
Vamos a directo a la sala SAIP, nos encuentra nuestra Caro, mi soñado PVDC está cada vez más cerca… me entrego a las expansiones y a los abrazos de mi compañero. Seguimos bailando y aullando en la oscuridad, me aferro a mi afirmación: EN EL AMOR CONFÍO Y LO SOSTENGO CON EL ALMA’… la repito una y mil veces en mi cabeza para que resuene en mi corazón.
Me rindo, mi cuerpo físico dice que no puede más. Pido anestesia, olvido por un momento el parto. Caro me revisa, veo su carita, sus palabras aún me hacen vibrar: «Marce, estás con 9… casi 10 de dilatación, le toco la cabeza a tu Lea. Anda a buscarla!, ahora es sólo voluntad». Miro a mi compañero, tomo más fuerte su mano y nos ponemos de pie, seguimos… vamos a buscar a esta niña. Caigo en cuenta: VOY A PARIR, ESTO ESTÁ SUCEDIENDO… LO ESTOY HACIENDO!, SÉ HACERLO!


Al rato se instalan los pujos, nuestro doctor se nos une en la habitación. Mi niña está cada vez más cerca, mi cuerpo está trabajando junto a ella para traerla a al otro lado de mi piel.
El dolor abre el camino, me entrega poder, me entrega consciencia… me concentro, escucho… la llamo. Pujo intensamente y de un segundo a otro; ahí está. 
Llegó, la traje, ella me trajo a mí también. No lloro de emoción, sino que grito de euforia una y otra vez; la siento pequeña y gigante a la vez en mi pecho, resbalosa, caliente… la escucho gritar, me aferro a mi compañero amado. Miro a mi alrededor, no puedo creerlo: Parí, fui al planeta parto a buscar a mi niña y volvimos juntas.
En un segundo me transformo en la primera mujer de mi familia tras tres generaciones en parir. Sin cesárea, sin anestesia, sin intervenciones… solo tiempo, amor y contención.


Gracias, gracias, gracias y más gracias. A nuestro equipo médico por acompañarnos, guiarnos y darnos esta oportunidad; nos han hecho el regalo más maravilloso del universo, han hecho mi sueño realidad.
Gracias a mi compañero, el amor de mi vida por su incondicional presencia. Por su amor infinito, por su paciencia oceánica.
Gracias a mi hijo Santiago, por ser el maestro perfecto en el amor inconmensurable, todo quién soy hoy, me lo enseñaste tú.
Y gracias a mi cuerpo, por albergar a nuestra niña, cobijarla, nutrirla y resistir; por permitirme parir.
Mi historia femenina se sanó con este parto, mi hija llega a este plano material sin el peso de sueños sin cumplir sobre sus hombros. Juntas hemos reescrito la historia de nacimiento de nuestras mujeres, nuestro linaje está en armonía. 


Somos parte de la constelación de mujeres poderosas de nuestra familia; pero partimos el camino reescribiendo la historia, cambiando la forma de nacer. Amando y naciendo juntas. Hija: se libre y feliz, dueña de tu presente y tu futuro. Tu pasado ya está calmo y en paz.
Hoy, más tranquila, pienso en que cuando mi abuela estaba embarazada de mi mamá, yo ya habitaba el cuerpo de mi madre. Y así también mi hija el mío… Así de circular, ascendente, perfecta y mágica es la vida femenina; así de hermoso es ser mujer.

Gracias partito por sanarme el alma, gracias partito por guardar el secreto del milagro amoroso de dar vida. Se puede parir después de una cesárea, hay que confiar en el amor y sostenerlo con el alma.

Marcela Rojas, madre de dos

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